jueves, 18 de febrero de 2016

La audiencia se revela y los contenidos se multiplican.

     La web es un nuevo espacio social, una gran ciudad en permanente renovación –la aldea global que vislumbró el canadiense Marshall McLuhan cuyos contenidos e informaciones se han multiplicado y siguen multiplicando. En la web se habla de sobreabundancia informativa, un universo de datos al alcance de los usuarios en cualquier parte del mundo. 


 A diferencia de los otros medios cuyos usuarios tienen una actitud pasiva, la web ha permitido que la audiencia se haya revelado ofreciéndole un gran terreno para la interactividad. El usuario ha dejado de ser un mero receptor de información, consumidor sedentario de los medios tradicionales, y adopta un papel activo frente una oferta completa y heterogénea de contenidos que él mismo puede seleccionar según sus necesidades. José Luis Orihuela los denomina “prosumidores”, pues no sólo se convierten en consumidores de medios interactivos sino que llegan a participar incluso en la producción de contenidos (Orihuela, 2000:47).



 En los primeros años la interacción informativa con los lectores se materializaba en correos electrónicos con opiniones y en la participación en debates, foros, tertulias y chats. Después llegó la posibilidad de tener una página web propia y, a continuación, algo mucho más atractivo, barato, fácil de manejar: los weblogs, más conocidos como blogs y que en castellano se llaman bitácoras. 




     Esta posibilidad de contar con un espacio propio, sin más esfuerzo que llenarlo con mayor o menor frecuencia, ha supuesto un cambio decisivo en las tendencias comunicativas. Otra de las variaciones comunicativas que ha emergido en estos últimos años, dentro de esta imparable tendencia participativa de una audiencia que se ha revelado, son los cibermedios que publican contenidos enviados por los lectores.

    Esta colaboración ciudadana en la difusión de noticias y de propuestas personales ha llevado a que en determinados sectores se hable de “periodismo ciudadano”, una expresión poco afortunada que no refleja la realidad porque el periodismo exige niveles cultural y ético adecuados, capacidad de trabajo y de síntesis, lenguaje correcto, tenacidad, fuentes seguras y contrastadas, una firma fiable que garantice la veracidad y estructuras de trabajo profesionales.  




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